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Opinión: Poner una bandera arcoíris: el gesto que ilumina frente a las sombras del odio.


Por Kiko Barroso

                           Presentador de Rtvc                                                           


En un tiempo donde todo parece estar bajo lupa, donde cada símbolo adquiere peso político y emocional, colocar una bandera arcoíris sigue siendo, hoy más que nunca, un gesto profundamente necesario. Puede parecer sencillo: una tela de colores ondeando en un balcón, en la fachada de un ayuntamiento, en una plaza pública, o en un colegio. Pero detrás de ese gesto hay mucho más que un guiño al Orgullo LGTBIQ+. Es una afirmación ética. Es tomar partido. Es decirle al mundo que aquí, en este lugar, hay respeto.


Quienes se oponen a que la bandera ondee, en nombre de una supuesta neutralidad institucional, no están siendo neutrales. Están enviando un mensaje claro, aunque pretendan camuflarlo: que los derechos conquistados por la comunidad LGTBIQ+ no merecen ser visibilizados. Que nuestra lucha no debe celebrarse. Que nuestra existencia incomoda. Y eso, se quiera o no, alimenta la tesis del odio. Esa que la extrema derecha propaga con doble moral y estrategia: la de que hay ciudadanos de primera y de segunda, amores válidos y amores que deben esconderse, familias que merecen respeto y otras que deben ser borradas del mapa simbólico. Que no merecemos tener el libro de familia.


Colocar una bandera arcoíris no adoctrina. No obliga. No impone. Acoge. Protege. Humaniza. Envía un mensaje de respaldo a quienes hemos sido históricamente señalados, marginados, perseguidos. A quienes aún hoy sufren acoso, discriminación laboral, agresiones callejeras, insultos o miradas llenas de prejuicio. No me ha pasado, pero el dolor ajeno, también es mi dolor. La bandera no genera divisiones; las combate. No crea conflictos; los visibiliza. No quita derechos a nadie; recuerda que todavía no los tenemos todos.


Y por eso, prohibirla no es un acto de prudencia institucional, es un acto de cobardía política. Es claudicar ante el discurso que pretende borrar del espacio público toda huella de diversidad. Es rendirse ante quienes solo entienden el poder como la capacidad de silenciar al diferente.


Poner una bandera arcoíris es mucho más que decorar con colores. Es teñir de dignidad nuestras instituciones, nuestras calles, nuestras conciencias. Es convertir un trozo de tela en un escudo frente al odio. Y eso, en los tiempos que corren, es un acto de profundamente democrático.





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